Carta de nuestro Consiliario

(Fotografía: Adolfo Olmedo Villarejo)

Deus honoratur silentio

Uno de los elementos que genera la situación deshumanizada de Occidente es el ruido. El ajetreo del hombre contemporáneo le priva de espacios de silencio en los que sea posible la reflexión, la creación artística e intelectual, la espiritualidad. Este activismo se introduce en la Iglesia y, por desgracia, también en sus Cofradías. Algunos reducen la actividad cofrade a hacer cosas, recaudar fondos, a tentativas de incrementar el patrimonio… Estos hermanos desenfocados pueden pasar horas de tertulia con amigotes, pero no con los Titulares, en el templo. Hay quienes faltan por sistema a los cultos, inútil esperarlos en las principales festividades del año litúrgico, incluso se permiten la inasistencia a los Santos Oficios el Viernes Santo. No extraña que se atrevan a participar en la procesión sin haber confesado sus pecados.

Sin embargo, lo primero como cofrades -según los Estatutos, en consonancia con las antiguas Reglas de la Cofradía que piden con énfasis hacer oración, celebrar los sacramentos y conducirse fervorosamente- lo primero como cofrades, digo, no es hacer, sino ser. O sea, vivir la fe, cuidar la vitalidad de nuestra alma, ocuparse de nuestro destino eterno. En efecto, la vida de oración, cauce de nuestra relación con Dios, es la clave de nuestra fecundidad religiosa y eclesial.

El silencio de nuestros templos y celebraciones permite realizar la experiencia más profunda que le es dada al ser humano: el encuentro con Dios. Urge recuperar la preparación espiritual previa y la actitud de recogimiento durante toda la celebración, o toda la procesión. Y os felicito porque se van dando pasos eficaces. Cada celebración, cada procesión, requiere taxativamente ser vivida con fervor. En efecto, como escribió Santo Tomás de Aquino (1224-1274): Mediante el silencio se honra a Dios (Deus honoratur silentio). No vamos a realizar una mera operación mecánica cuando participamos en Misa o en una procesión. Estos cultos exigen la apertura de nuestra interioridad, para vivirlos con provecho espiritual. Porque en el culto cristiano no basta la mera corrección ritual. “Nos damos cuenta, cada vez con mayor claridad, de que también el silencio forma parte de la liturgia. Al Dios que habla, le respondemos cantando y orando, pero el misterio más grande, que va más allá de cualquier palabra, nos invita también al silencio [...] -el silencio que no es una simple pausa, en la que vienen a nosotros mil pensamientos y deseos, sino ese recogimiento que nos da la paz interior, que nos permite tomar aliento, que descubre lo que es verdaderamente importante- [...] No es casual el hecho de que hoy se busquen por doquier ejercicios de introspección [...] con ello se pone de relieve una necesidad interior del hombre” (BENEDICTO XVI-J. RATZINGER, El espíritu de la Liturgia, Una introducción, Madrid, Cristiandad, 42007, p. 252.)

El silencio de la oración, pues, es un silencio lleno, como los amigos que están en confianza, como el de los enamorados que se miran en silencio, como los padres que velan el sueño de su bebé. Esta es la gran lección de la Virgen: “Calmó el ansia de los sedientos y a los hambrientos los colmó de bienes” (Sal 106,9). Debemos mostrar la seriedad de esta cuestión, y preservarla con similar contundencia a la usada en los auditorios y cines para proteger las interpretaciones artísticas.

No es el silencio de la destrucción y la muerte, como el que sufriera nuestra Cofradía, con toda la Iglesia, en la hecatombe padecida durante la persecución religiosa de la II República española y la Guerra Civil de 1936-1939. Se cumplen ahora los 75 años de la fase más cruenta, cuando fueron escarnecidos y destruidos nuestros Sagrados Titulares. El 21 de julio (D.M.), oraremos de forma particular en el aniversario de la destrucción de las Imágenes de S. Juan y de Nª Sª de la Soledad, con la mayor parte del patrimonio de la cofradía, y nuestro templo de Santiago Apóstol, que había sido declarado monumento nacional en 1931. El consiliario, D. Carmelo Coronel Jiménez -como tantos sacerdotes-, sería atrozmente martirizado en el pozo de La Lagarta (Tabernas) el 31 de agosto de 1936.

Ha sido muy oportuno dedicar un ‘Viernes de la Soledad’ a refrescar el conocimiento de aquellos hechos. La actual falsificación inducida de la historia hace urgente una presentación fidedigna de nuestro pasado.

En nuestros días la estrategia de los enemigos de la religión es diferente. Pero, sus motivaciones anticristianas de fondo, permanecen inalteradas. La izquierda, en la II República, fue abiertamente hostil a la piedad popular católica. En cambio, desde los años ochenta del pasado siglo ha empleado la táctica de presentar la piedad popular como un comportamiento cultural, buscando desreligiosizar las cofradías y procesiones, reducirlas a mero folclore y desconectarlas de la Jerarquía. Antes mataron los cuerpos, ahora matan las almas. Ya destapada, sólo resta no secundar esa añagaza.

Felicito -reiterando lo dicho en el Cabildo del pasado octubre- al Hno. Mayor, a la Junta Directiva y a todos los cofrades y devotos, por elevar constantemente el nivel de la Cofradía, en fervor, dinamismo y caridad.

Hace unas semanas ha sido limpiado el manto de Nª Sª. Vivamos esta Semana Santa de modo que quedemos más en gracia de Dios y más unidos, o sea, más presentables a los ojos de Dios. Eso agradará todavía más a Nuestra Madre Bendita de la Soledad.


Francisco José Escámez Mañas

Archivero Diocesano y Capitular

Párroco de Santiago Apóstol

Consiliario de la Hermandad