Sin complejos, sin tapujos y con gran fervor mariano, el exaltador mostró su insaciable devoción a la Señora, según sus propias palabras, de Almería.
Intentar describir lo que hizo transmitir a los presentes es cuestión vana, pero los bellos versos dedicados a María aunados con el sentir de las saetas, la sinfonía melancólica de la música de capilla y el fulgor de la única iluminación de las velas, crearon un aura de misticismo que retrotrajeron al fervor del propio barroco.
Como hijo agradecido, hizo ofrenda de una mantilla blanca y un rosario de plata y azabache, que vienen a engrandecer, más si cabe, el rico patrimonio de nuestra Hermandad.
Gracias, don Ramón, por el cariño demostrado a nuestra Cofradía y su devoción sincera a la Señora, la Soledad. Dios se lo pague.
Gracias, igualmente, a la organización de Fernando Salas y la colaboración de la saetera Ana Mar García de Quero, la soprano Maricruz Calvo González y la Camerata Arthur Rimbaud.