En
su viaje de regreso de Tierra Santa, el Papa Francisco afirmó, en respuesta a
una pregunta de los periodistas, que ‘el
celibato no es un dogma de fe’. Lo cual no es novedad.
Sin embargo, de inmediato saltaron las especulaciones. Ignorantes o perversos,
dijeron que el Papa había abierto la puerta para eliminar el celibato
sacerdotal, lo cual es absolutamente falso.La ratificación de Pablo VI en Sacerdotalis
caelibatus (24-VI-1967) no se cambia a la ligera: El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace
siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo
’
(n. 1). Pensarnos, pues, que la vigente ley
del sagrado celibato debe también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio
eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne
y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y
al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida’
(n. 14). Extrañala agresividad contra el celibato en el catolicismo, cuando se da en varias
religiones. Aquí, el pasado 10 de junio Rafael Leopoldo Aguilera Martínez ha
publicado un lamentable artículo, Célibe a coste laboral, muy a tono con
el desbarre postconciliar de hace cuarenta y cinco años. No cabía esperar esta
deriva en el autor, católico convencido. De todo católico se espera -al menos-
información correcta sobre su propia religión, máxime de un cofrade que ha tenido
responsabilidades. Respeto la opinión, pero, máxime tratándose de alguien
estimado, discuto la argumentación y los juicios vertidos. En su blog, Aguilera
Martínez muestra la obra El celibato eclesiástico ante la Biblia, la
Psicología y la Historia, de Mauro Rodríguez Estrada, publicada en México,
1969. La foto suscita un par de interrogantes: ¿es imagen decorativa o lo ha
leído? En el segundo caso ¿ha criticado su contenido? Descubro, con pesar, que
se trata de un ex-salesiano que derivó en librepensador. Quiso permanecer
católico, tal vez de forma heterodoxa. Nada nuevo. Rodríguez Estrada, ¿quería
aportar algo constructivo al debate? ¿O buscó excusar la propia defección? Más
bien esto último. Sugiero la lectura de Siervos de Cristo, de Karl
Rahner, que permaneció fiel, lealmente crítico, como tantos buenos curas
almerienses de todos los tiempos. Y, desde luego, releer la Sacerdotalis
caelibatus, clarificadora, que desmonta las objeciones.
En el referido
artículo, Rafael Aguilera parte de una premisa falsa: considera el celibato
como mero decreto administrativo. Opina que carece de fundamento evangélico,
afirmando que fue impuesto en el siglo XVI. Contra semejantes infundios, cabe
recordar que Cristo permaneció virgen. Jesús no llama a una tarea común, sino a
ser ‘pescadores de hombres’ (Mt 4,19). El Señor llama a una unión
especial con Él, siendo -libremente- ‘eunucos por el reino de los
cielos’ (Mt 19,3-12). La Iglesia primitiva valoró el celibato por el
reino de los cielos, dedicarse sólo al Señor y a sus cosas (1 Cor 7,33-35). Es
claro que no es vinculante sólo cuanto viene de un mandato de Cristo, ni
hacemos caso de todo lo que viene de Cristo -a la vista está-, como eso de
‘el que a vosotros escucha, a mí me escucha’ (Lc 10,16).
El celibato no
tiene origen en una legislación arbitraria y tardía. Se decreta la ley porque
tiene raíces antiguas y motivaciones poderosas. El celibato fue un hecho
positivo en la Iglesia Apostólica. Al principio ya pareció imprescindible
liberar a algunos para ‘dedicarse a la oración y el ministerio de la
palabra’ (Hch 6,4). Enseguida surgen los ascetas, las vírgenes, el
monaquismo. Mientras tanto, se condena el encratismo. Hay una acentuación
progresiva en la exigencia del celibato. En el concilio de Elvira (ca. 300) ya
se prohíbe el uso del matrimonio por los clérigos. Al fin de la alta Edad Media
se ha generalizado el celibato. En las Iglesias orientales se elige a los
obispos entre los célibes. Con dificultades e incoherencias, comunes a cada
estado de vida. Nunca fue tolerado el matrimonio tras la recepción de órdenes
mayores; siempre estuvo prohibido continuar la vida conyugal después de la
ordenación a los ya casados. Se proclamó la nulidad del matrimonio que
pretendieran contraer los clérigos. La inobservancia nunca ha conducido a la
abrogación, sino a la reforma de la propia Iglesia. En el I concilio de Letrán
(1123) encontramos claramente formulada la obligación del celibato para los
ministros ordenados. Y así sucesivamente.
Después,
Aguilera niega que el celibato sea un don o un carisma. En realidad es una
gracia que Dios da a algunos (Mt 19,11-12), siempre en beneficio del conjunto
de la Iglesia (Vid. Sacerdotalis caelibatus, n. 54.) Afirma el artículo
un punto probablemente tomado del mexicano: ‘No es cuestión de saber que
este tipo de medida, de carencias afectivo-sexuales que padece un sacerdote,
puede llegar a una frustración vital u otras causas de índole emocional’.
Veamos: ¿Los casados y solteros carecen de problemática psicológica? ¿Son
inmunes a las patologías los libertinos? Obviamente, no. Existen individuos
sanos e individuos enfermos, en algún grado. Contra Rodríguez Estrada, el mismo
Sigmund Freud constata la posibilidad de sublimación. En la época del libro en
cuestión, buenos especialistas como Marc Oraison o Antoine Vergote defendían la
posibilidad del celibato. “La experiencia nos dice que una gran parte
del clero goza de buena salud física, psicológica y social” Mons.
Juan Mª URIARTE, “Crecer como personas para servir como pastores”
en COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, La formación humana de los sacerdotes según
Pastores dabo vobis, Madrid, Edice, 1994, pp. 8-49; p.10. A veces surgen
quienes, como el mexicano, “subrayan más las dificultades que las
posibilidades, la patología que la normalidad. A menudo extienden a la mayoría
del presbiterio los rasgos problemáticos que pertenecen a la minoría”
ibídem. Una falsificación de la realidad fácil de hacer para el
matrimonio u otros grupos.
En todo caso,
debemos considerar que “Los desajustes y la negatividad, que sin duda
existen en la configuración concreta del ideal, no anulan, ni mucho menos, sus
valores profundos y positivos. Y, a pesar de todos los posibles fallos y
fracasos, esos valores se muestran más que suficientes para sostener una vida
no sólo verdaderamente humana, sino que en muchos casos propicia incluso la
eclosión de realizaciones que cabe contar entre las más altas y extraordinarias
de la humanidad (lo hemos visto para los ‘santos’ de ayer, pero se
da igualmente en muchas vidas ejemplarmente heroicas de hoy)” Andrés
TORRES QUEIRUGA, “El clérigo de Drewermann: entre el constructo teórico y
la reforma necesaria” en José Ignacio GONZÁLEZ FAUS-Carlos DOMÍNGUEZ
MORANO-Andrés TORRES QUEIRUGA, ‘Clérigos’ en debate, Madrid,
PPC, 1996, pp. 129-226; p. 183-184.
D. Rafael remata
con un juicio personalizado: ‘Pero como laboralista, detrás de todo esto
puede ser que sean cuestiones de tipo socio-laboral, ya que tener el carácter
de célibe en el clero, le convierte en una gran masa de mano de obra barata y
de alto rendimiento, y dotada de una movilidad geográfica y de una sumisión y
dependencia jerárquica absoluta.’. Al menos concede un margen de duda a
su hipótesis. Históricamente, las serias condiciones del discipulado -libre
llamada de Jesús, libre respuesta de adhesión, acoger su enseñanza, calcar la
propia conducta a la suya, renuncias (Mt 8,19-22) compartir su destino…-
como la cruz, suelen parecer necedad, locura, al mundo (1 Cor 1,18). Pero es
muy grande seguir ‘al Cordero adondequiera que vaya’ (Ap 14,4). El
discípulo fiel tendrá un premio de dicha eterna (Jn 12,26). Además, resulta
chocante que todo un consumado Graduado Social como el Sr. Aguilera desconozca
que el sacerdote es dueño de su patrimonio -caso de tenerlo-, y testa con
libertad.
En
definitiva, en este desdichado escrito, y en el libro que lo inspira, subyace
-aparte de otros factores- el espanto por la renuncia, que es valor evangélico.
Con razón mencionó Gandhi, entre las cosas que destruirán el mundo, una
religión sin sacrificio. Y eso viene a ser un cristianismo sin cruz. De ninguna
manera cabe un cristianismo como mera adscripción, ni un sacerdocio como simple
profesión. Continúa, amigo Aguilera, buscando la renovación de la Iglesia. Por
favor, no en la demoledora dirección esterilizante de nuestra niñez, sino al
estilo conciliar -lo que expongo en el trabajo que conoces-, como pide el Papa
Francisco, en orden a la misión (Evangelii Gaudium, nn. 27, 31, 33)
Muy Ilustre Sr. D. Francisco J. Escámez Mañas
Canónigo y archivero
Párroco y consiliario