Colaboración

Un pequeño hecho que ocurra a lo largo del día podrá cambiar el resto de nuestras vidas

No hay mejor frase para empezar que esta, pues hoy veinticinco de febrero, cambió el rumbo de mi vida por completo, soplando el viento de la vida en otra dirección, haciendo que mi rumbo cambiase por completo.
El hecho en cuestión ocurrió hace ya dos años, yo un chico de veinte años, recién incorporado a las filas del ejército español (Ejercito de Tierra),  corría por mis venas el afán de jurarle lealtad a nuestra bandera y con aspiración a seguir adelante para acceder a la academia de suboficiales.
En esta amarga fecha sufrí un fatal accidente de tráfico ocurrido en la autovía, que estuvo a punto de llevarme a estar más cerca de las imágenes en las que deposité toda mi devoción desde hacía ya unos cuantos años. Hermano de Soledad y Resucitado, costalero de estas dos y de la Virgen del Amor y la Esperanza. Desde la hermandad decana de la ciudad pasando por Amor y Esperanza, llegando a la recién nacida del Resucitado. 
Mi parte de lesiones era bastante extenso, pero lo simplificaré a casi tres semanas en la UCI, múltiples fracturas y politraumatismo de varios órganos vitales, entre ellos mí corazón. Debido al trauma, una de las válvulas de mi corazón no soportó el impacto y quebró de tal manera que cada día que pasaba a la espera de la operación me encontraba más cansado y débil.
Precavido en las duras decisiones decidí que el día de la operación me acompañaran en la batalla dos estampas, una de la Virgen de la Esperanza, que me llevó su capataz Cantón a la UCI, y otra de la Soledad y San Juan. Y un Rosario que me llevó un gran amigo y compañero, Héctor. Ellas me dieron la fuerza y esperanza que me hacía falta para enfrentarme a tan dura intervención. Horas más tarde, la batalla fue ganada, dejando en mi pecho una marca que me haría recordar quién soy y hacia donde me dirijo.
Hoy día, tengo que estar agradecido a muchas personas, las cuales me abrieron los ojos, en este mundo cofrade. A la hermandad de la Soledad, por la preocupación que mostraron sus hermanos en mi estado de salud en todo momento, en concreto a su consiliario, don Francisco Escámez Mañas, que me tuvo presente y pidió por mí en algunas de sus celebraciones eucarísticas. Al capataz de la Virgen del Amor y la Esperanza, don Antonio Andrés Díaz Cantón, por su carácter humano de preocupación en todo momento y querer transmitir a toda la cuadrilla de este palio todas las novedades respecto a mi estado de salud. Y por último, pero no menos importante, a esa cuadrilla marinera, de Amor y Esperanza, que año tras año reparten esperanza a todas esas personas que la necesitan. Como no olvidar tampoco, a todos mis compañeros de trabajadera del Resucitado, los cuales también mostraron su preocupación rezando por mí.  El 2012 fue un año para mi desierto en el terreno de la Semana Santa almeriense, pudiendo solo ver al Resucitado. Dejando un detalle su capataz don Juan Diego Linares Vega, cuando pidió que me aproximase al paso y realizara una de sus levantas.

No solo tengo que agradecer a todas estas personas el apoyo que han mostrado, sino también a todas esas del mundo del costal y amigos que estuvieron en todo momento pendientes de mi estado. Amigos y compañeros. Una vez me caí y me ayudasteis a levantarme. Ahora podéis saber que os serviré de punto de apoyo en los baches de vuestras vidas. Gracias.