Caridad


Casi se saltan las lágrimas cuando nuestros propios feligreses, sí, esos que viven dos calles más arriba, te cuentan que llevan cuatro o cinco años en paro, que llevan tres meses sin poder pagar la hipoteca, que tienen seis hijos, que no ven el final del túnel... Y, aún así, vienen a ayudar, a echar una mano, siempre con una sonrisa y con ganas de agradar. Nos dan las gracias, pero hay que dárselas a ellos.