Sentido adiós


El pasado domingo la Hermandad de la Soledad vivió uno de esos momentos amargos de su historia pero que la engrandecen como Cofradía.

Desde mucho antes de las doce y media, en la nave de la I. P. de Santiago no cabía nadie más. Familiares, vecinos, amigos, parroquianos, gente de la Semana Santa de Almería y, sobre todo, cofrades soleanos no quisieron dejar sola a Mariabel, a Javi y a Juanjo en tan importante cita.

A la llegada del féretro a la puerta del templo, una pequeña procesión salió a su encuentro. Abría la Cruz parroquial portada por un acólito, seguida de dos filas de hermanos con cirios encendidos. Uno de estos hermanos colocó el estandarte de la Virgen encima del ataúd. Cerraba el cortejo nuestro consiliario don Francisco Escámez Mañas, visiblemente emocionado, y el sacerdote don Francisco Pérez Pérez, amigo personal. La familia de Juan toda reunida junto a él. Su mujer, hijos, hermanos, sobrinos..., todos con el rostro enlutado.

Comenzó la Eucaristía oficiada por don Francisco, a quien se le quebró la voz varias veces. Mientras se realizaban las lecturas no pudo más y rompió a llorar en su sillón.

La homilía se convirtió en todo un panegírico de la figura de Juan Montoya, fiel católico, practicante, cofrade, colaborador de la parroquia, familiar y buen trabajador. Y, por supuesto, una alabanza Marisabel, que supo estar con él hasta el final. Cientos de personas lloramos de tristeza y sentimiento.

Terminada la Santa Misa y el sepelio, de nuevo se organizó la procesión hasta la torre de Santiago y el cuerpo de Juan Montoya salió de su casa por última vez a hombros.

Lloros y abrazos acompañaban a comentarios sobre, por ejemplo, su entereza para subir al cerro de san Cristóbal el pasado Viernes de Dolores.

Querido Juan Montoya, ayúdanos desde el cielo a todos los hermanos soleanos. Amén.