El telón de los deseos


La Virgen había dormido un poco nerviosa a los pies de su capilla. Al día siguiente pasaría todo el día allí dejando que todos los fieles besaran su santa mano y depositaran en Ella sus anhelos y deseos. No importaba. Eran sus hijos. Aquellos a los que les aconsejaba que hicieran lo que Él les dijera. Seguro que sería un buen y feliz día. Y así fue.

A primera hora de la mañana salieron volando desde la sacristía dos ángeles dorados. Se colocaron cada uno a un lado de la capilla de Santa Lucía y, con mucha suavidad, levantaron el telón de los deseos para que la Virgen pudiera salir hasta el tranco a recibir a sus hijos.

Se la veía feliz, contenta. Aunque con el paso de las horas se la notaba un poco más cansada. Más de doce horas pasaron volando. ¡Qué pocas! Incontables besos recibió, aunque muchas más plegarias.

Cuando se cerraron las puertas del templo de Santiago no quiso volver a su capilla todavía. Habló con Santiago, aquel con el que iba su hijo. Llegaron a un acuerdo. Durante más de un mes se cambiarían las capillas. La Virgen de los Dolores tenía ganas de velar por nosotros desde lo más alto del retablo de la iglesia. Desde allí seguro que nos escucharía mejor.